lunes, 26 de octubre de 2015

Gymkana Ruta del Hereje

Textos de la ruta del Hereje:

Ruta del Hereje. Texto 1: Corredera de San Pablo.

Ruta del Hereje. Texto 2: Palacio del Licenciado Butrón.

Ruta del Hereje. Texto 3: Palacio de Fabio Nelli.

Ruta del Hereje. Texto 4: Palacio de los Condes de Benavente.

Ruta del Hereje. Texto 5: Calle Santo Domingo de Guzmán.

Ruta del Hereje. Texto 6: Capilla de los Fuensaldaña.

Ruta del Hereje. Texto 7: Calle Doctor Cazalla.

Ruta del Hereje. Texto 8: Calle Orates.

Ruta del Hereje. Texto 9: Plaza del Mercado.

Ruta del Hereje. Texto 10: Iglesia de Santiago.

Ruta del Hereje. Texto 11: Puerta del Campo.


Mapa de la ruta:


Itinerario de la ruta:



La Ruta del Hereje, concebida como Gymkana, se encuentra en esta presentación:


Descargar la presentación aquí.

Para comenzar, el alumnado contará con el conjunto de textos iniciales que incluye una explicación somera del proceso de la gymkana. En este archivo se encuentra dicha información.



En este enlace se pueden descargar los códigos QR para la gymkana. Se recomienda imprimir los QR de las pistas en color verde y los QR de los cuestionarios en color azul.


domingo, 25 de octubre de 2015

Ruta del Hereje. Texto 11

Ruta del Hereje 11

Puerta del Campo

Las palabras y lágrimas del Doctor produjeron en el auditorio dos reacciones distintas: los más sensibles sollozaban con él, mientras que los más duros, de pie en las gradas, encolerizados, le insultaban llamándole leproso, y alumbrado. Cuando la reacción amainó, el obispo de Palencia se encaramó de nuevo en el pulpito desde donde había predicado y dijo que, leídas las ejecutorias, degradados los curas sectarios, daba el auto por concluido, siendo las cuatro de la tarde del día 21 de mayo de 1559. Los reos sentenciados a prisión —añadió— serán conducidos en procesión a las cárceles Real y del Santo Oficio para cumplir sus condenas, en tanto los restantes se desplazarán en borriquillos al quemadero, erigido tras la Puerta del Campo, para ser ejecutados.


Libro III, XVII (482)



ISBN: 84-395-9839-4
Miguel Delibes

Ruta del Hereje. Texto 10

Ruta del Hereje 10

Iglesia de Santiago

Sin embargo, Cipriano Salcedo siempre aspiraba a un perfeccionamiento moral. Recordaba el colegio con nostalgia. Le dio por las homilías y sermones. Buscaba en ellos preferentemente el fondo de los temas pero también la forma. Hubiera pagado una buena suma por una bella exposición de un problema religioso importante. Pero, cosa curiosa, Salcedo procuraba rehuir las pláticas conventuales. Sus preferencias iban por los curas seculares, no por los frailes. En esta nueva búsqueda influyó de manera determinante el jefe de su sastrería, Fermín Gutiérrez que, en concepto de Dionisio Manrique, era un meapilas. Pero el sastre distinguía a los oradores cautos de los ardientes, a los modernos de los tradicionales. Así se enteró Salcedo de la existencia del doctor Cazalla, un hombre de palabra tan atinada que el Emperador, en sus viajes por Alemania, lo había llevado consigo. No obstante, Agustín Cazalla era vallisoletano y su regreso a la villa provocó un verdadero tumulto. Hablaba los viernes, en la iglesia de Santiago llena a rebosar, y era un hombre místico, sensitivo, físicamente frágil. De flaca constitución, atormentado, tenía momentos de auténtico éxtasis, seguidos de reacciones emocionales, un poco arbitrarias. Mas Cipriano le escuchaba embebido, lo que no impedía que a su vuelta a casa le invadiera una cierta desazón. Analizaba su alma pero no hallaba la causa de su inquietud. En general, seguía las homilías de Cazalla, medidas de entonación, breves y bien construidas, con facilidad y, al concluir, le quedaba una idea, sólo una pero muy clara, en la cabeza. No era, pues, la esencia de sus sermones la causa de su desasosiego. Esta no estaba en lo que decía, sino tal vez en lo que callaba o en lo que sugería en sus frases accesorias más o menos ornamentales. Recordaba su primera homilía sobre la redención de Cristo, sus hábiles juegos de palabras, el subrayado de un Dios muriendo por el hombre, como clave de nuestra salvación. De poco valían nuestras oraciones, nuestros sufragios, nuestros rezos, si olvidábamos lo fundamental: los méritos de la Pasión de Cristo. Lo evocaba, en lo alto del pulpito, los brazos en cruz, tras un silencio teatral, recabando la atención del auditorio.


Libro II, VII (236-237)



ISBN: 84-395-9839-4
Miguel Delibes

Ruta del Hereje. Texto 9

Ruta del Hereje 09

Plaza del Mercado

A mediados de abril se desató sobre la ciudad un martilleo fragoroso que se iniciaba con la primera luz del día y no cesaba hasta bien entrada la noche. Era un claveteo en diversos tonos, en cualquier caso seco y brutal, que procedía de la Plaza del Mercado y se difundía, con diferente intensidad, por todos los barrios de la villa. Aquel golpeteo siniestro pareció activar la vitalidad del penal, acelerar su ritmo. La vida rutinaria de la cárcel secreta se convirtió de pronto en algo ajetreado y activo. Hombres aislados, o en grupo, pasaban y regresaban por el zaguán, por los corredores, ante las celdas, introduciendo o sacando cosas, dando instrucciones a los reos. En cualquier caso, parecía haberse desatado una agitación inusitada que vino a coincidir con la prisa de Dato por facilitarle noticias y mensajes. La primera noche del atronador tamborileo, el carcelero aclaró:

— Están levantando los tablados.

— ¿Para el auto?

— Así es, sí señor, en la plaza, para el auto.


Libro III, XV (456)



ISBN: 84-395-9839-4
Miguel Delibes

Ruta del Hereje. Texto 8

Ruta del Hereje 08

Calle Orates

Le levantó el párpado del ojo derecho y observó la pupila con insistencia. Luego repitió la operación con el otro ojo. Volvió a tomarle el pulso:

— A esta señora hay que internarla —dijo—. En la calle Orates tienen el Hospital de Inocentes. No es un hotel de lujo pero tampoco es fácil encontrar otro mejor en la ciudad. Los procedimientos son primitivos. El enfermo vive atado a los barrotes de la cama o con grilletes en los pies para que no escape. Claro que con un poco de dinero, pagando dos loqueros para que la atiendan, pueden vuesas mercedes evitar esa humillación.


Libro II, XIII (354-355)



ISBN: 84-395-9839-4
Miguel Delibes

Ruta del Hereje. Texto 7

Ruta del Hereje 07

Calle Doctor Cazalla

Parpadeó reiteradamente Cipriano Salcedo como deslumhrado. Operaba sobre él una especie de fuerza sobrenatural que parecía provenir de aquel hombre. Le convencían sus razones, las tres, especialmente la segunda: ¿por qué los Evangelistas no habían aludido al purgatorio y sí lo habían hecho al cielo y al infierno? Pero don Carlos no le daba tiempo a reflexionar. Hablaba y hablaba sin mesura. Remachaba el clavo. Para afrontar su nueva fe, don Carlos le recomendaba visitar a Cazalla, el Doctor, hablar con él. Frecuentar los conventículos, cambiar impresiones con los hermanos. No lo deje. Nuestra fuerza no es grande pero tampoco despreciable. No se quede sentado en una silla. Muévase. Abra su espíritu, no se resista a la gracia. Dispone de cenáculos en Valladolid, Toro, Zamora, en muchos sitios.


Libro II, XI (309-310)



ISBN: 84-395-9839-4
Miguel Delibes

Ruta del Hereje. Texto 6

Ruta del Hereje 06

Capilla de los Fuensaldaña

Siete días antes de Navidad, súbitamente, falleció doña Leonor. Por la mañana había sentido un vago temor de corazón y, después de comer, quedó muerta en la mecedora sin que nadie lo advirtiera. El Doctor la encontró todavía caliente y el balancín con un leve movimiento de vaivén. Su deceso fue la culminación de un annus horribilis, como lo calificó el Doctor Cazalla. Se hizo preciso preparar las honras fúnebres con la pompa que exigían la fama del Doctor y el hecho de que la difunta tuviera tres hijos religiosos. El entierro se verificó en la capilla de los Fuensaldaña, en el Monasterio de San Benito. Diez doncellas, casi niñas, acompañaron el ataúd portando cintas azules y el coro del Colegio de los Doctrinos, fundado pocos años antes en la ciudad, entonó las letanías habituales. Cipriano Salcedo creía ver en aquellos muchachos a los antiguos Expósitos, sus compañeros de infancia, y respondía a las apelaciones al santoral con devoción y respeto: ora pro nobis, ora pro nobis, ora pro nobis, decía para sí, y en el Dies irae de la epístola se prosternó sobre las losas del templo y repitió la letra en voz baja, profundamente conmovido: Solvet saeclum in favilla: teste David cum Sibylla.

La ciudad acudió en masa al sepelio de doña Leonor. La reputación del Doctor, el hecho de que tres de los hijos de la difunta participasen en la misa funeral, removieron el sentimiento religioso del pueblo. Y, a pesar de sus grandes dimensiones, el templo no pudo dar acogida a todos los asistentes, muchos de los cuales quedaron a la puerta, en la explanada de acceso, devotamente, en silencio.


Libro II, XIV (381)



ISBN: 84-395-9839-4
Miguel Delibes

Ruta del Hereje. Texto 5

Ruta del Hereje 05

Calle Santo Domingo de Guzmán

Cumplida la mayoría de edad, Cipriano Salcedo se doctoró en Leyes, entró en posesión del almacén de la Judería y de las tierras de Pedrosa y se trasladó a vivir a la vieja casa paterna en la Corredera de San Pablo, cerrada desde la muerte de don Bernardo. Unos años después, conseguidos estos objetivos, se impuso otros tres muy definidos y ambiciosos: encontrar a Minervina, alcanzar un prestigio social y elevar su posición económica hasta ponerse a nivel de los grandes comerciantes del país.


Libro II, VII (203)



ISBN: 84-395-9839-4
Miguel Delibes

Ruta del Hereje. Texto 4

Ruta del Hereje 04

Palacio de los Condes de Benavente

Don Bernardo se resignó a admitir que el preceptor no era el medio más indicado para educar a su hijo, el pequeño parricida. Había otras soluciones, pero, como hombre rencoroso, improvisó rápidamente la suya: un colegio. Un internado duro y sin pausas. Era hora de separarle de la rolla. Don Bernardo sabía que en la villa no había centros educativos que merecieran tal nombre, pero su hermano Ignacio era patrono mayor del más afamado: el Hospital de Niños Expósitos, regido por la Cofradía de San José y de Nuestra Señora de la O, dedicado a la formación de niños abandonados.

A su hermano le dolió la decisión:

—Ese colegio no es para personas de nuestra clase, Bernardo. Don Bernardo coqueteaba ahora con la idea de dar una lección a la aristocracia, abrirle los ojos:

—Me han hablado bien de él. Dispone de veintiocho camas para becarios y mi hijo podrá pagar su alojamiento y el de cinco compañeros más si es eso lo que hace falta para que le abran las puertas.

Don Ignacio se echó las manos a la cabeza:

—El Hospital de Niños Expósitos vive de la caridad, Bernardo. Y tú sabes que los chicos abandonados por sus padres no suelen ser gente recomendable. Es un colegio serio porque los Diputados de la Cofradía nos hemos empeñado en que lo sea y hemos puesto en la dirección a un maestro competente. A la doctrina, por la mañana, a toque de campana, acuden chicos de toda condición e, incluso, en el resto de las clases, admiten alumnos de pago. ¿No podría ser sta la mejor solución para Cipriano?

Don Bernardo denegó obstinadamente:

—A mi hijo hay que enveredarlo. Su niñera lo ha mimado demasiado. Y esto se acabó. Lo meteré interno y no disfrutará siquiera de vacaciones; pero para ingresar en el Hospital necesito tu concurso. ¿Estás dispuesto a prestármelo?

Intelectualmente don Ignacio estaba a cien codos de su hermano pero carecía de personalidad para imponerse. Al día siguiente visitó la Cofradía que administraba el centro, y, cuando habló de la generosa disposición de su hermano, no encontró más que buenas palabras, lo mismo que en la reunión de diputados del jueves siguiente, que votó la admisión del pequeño. Por esta vía y mediante el compromiso de pagar el mantenimiento de su hijo, las becas de tres compañeros y cooperar generosamente al Arca de las Limosnas, Cipriano fue admitido en el centro.


Libro I, V (158-159)



ISBN: 84-395-9839-4
Miguel Delibes

Ruta del Hereje. Texto 3

Ruta del Hereje 03

Palacio de Fabio Nelli

— ¿Conoce vuesa merced un precioso librito titulado El beneficio de Cristo?

Cipriano Salcedo denegó con la cabeza. Añadió Cazalla:

—Yo se lo prestaré. El libro no ha sido impreso en España pero conservo un ejemplar manuscrito. Don Carlos trajo de Italia el original.
Cipriano se hacía la ilusión de que algo empezaba a alentar dentro de él. Era como si atisbara un punto de luz en un horizonte cerrado. Aquel cura parecía mostrarle una nueva dimensión de lo religioso: la confianza frente al temor.

— ¿Quién es ese don Carlos de que me habla?

—Don Carlos de Seso, un caballero veronés aclimatado en Castilla, un hombre tan fino de cuerpo como de espíritu.

Ahora vive en Logroño. En el 50 viajó a Italia y trajo libros e ideas nuevas. Luego acudió a Trento con el obispo de Calahorra. Hay quien dice que don Carlos cautiva tras un trato superficial y desilusiona tras un trato profundo. En suma que es conversador de distancias cortas. No sé. Tal vez vuesa merced tenga oportunidad de conocerle y juzgará por sí mismo.

Cipriano Salcedo se daba cuenta de que estaba deslizándose de las aguas someras a las profundas, de que estaba enredándose en una conversación trascendente y crucial. Pero experimentaba una paz inefable. Tenía una vaga idea de haber oído mentar a don Carlos de Seso en casa de su tío Ignacio. Y, aunque se encontraba a gusto allí, sentado en el cembo, empezaba a sentir el relente. Se incorporó y bajó al carril. Cazalla le siguió. Caminaron un rato en silencio, al cabo del cual Cipriano preguntó:

— ¿No tuvo alguna vez don Carlos de Seso concomitancias luteranas?


Libro II, X (289-290)



ISBN: 84-395-9839-4
Miguel Delibes

Ruta del Hereje. Texto 2

Ruta del Hereje 02

Palacio del Licenciado Butrón


En cambio, con su hermano Ignacio, con quien solía encontrarse diariamente al anochecer, Bernardo no mostraba esas confianzas. Al contrario, se esforzaba en comparecer ante él con el decoro y la respetabilidad que siempre habían adornado a la familia Salcedo. Ignacio era el espejo en que la villa castellana se miraba. Letrado, oidor de la Chancillería, terrateniente, sus títulos y propiedades no bastaban para apartarle de los necesitados. Miembro de la Cofradía de la Misericordia, becaba anualmente a cinco huérfanos, porque entendía que ayudar a estudiar a los pobres era sencillamente instruir a Nuestro Señor. Pero no solamente entregaba al prójimo su dinero sino también su esfuerzo personal. Ignacio Salcedo, ocho años más joven que don Bernardo, de cutis rojizo y lampiño, visitaba mensualmente los hospitales, daba un día de comer a los enfermos, hacía sus camas, vaciaba las escupideras y durante toda una noche cuidaba de ellos. Por añadidura, don Ignacio Salcedo era el patrono mayor del Colegio Hospital de Niños Expósitos, que gozaba de prestigio en la villa y se sostenía con las donaciones del vecindario. Pero, no contento con esto, con su quehacer profesional en la Chancillería y sus buenas obras, don Ignacio era el vecino mejor informado de Valladolid, no ya sobre los nimios sucesos municipales sino de los acontecimientos nacionales y extranjeros. Las noticias últimamente eran tan abundantes que don Bernardo Salcedo cada vez que recorría las calles Mantería y del Verdugo, camino de la casa de su hermano, iba preguntándose: ¿Qué habrá sucedido hoy? ¿No estaremos sentados en el cráter de un volcán? Porque don Ignacio era crudo en sus manifestaciones, nunca las atemperaba con paños calientes. De ahí que don Bernardo, aun mostrándose poco aficionado a la política, a los problemas comunes, estuviera puntualmente informado de la lamentable realidad española. La inquietud creciente de la villa, la hostilidad popular hacia los flamencos, la falta de entendimiento con el Rey, eran realidades manifiestas, hechos que, como bolas de nieve, iban rodando, aumentando de volumen y amenazando avasallar cuanto encontraran a su paso. Hasta que una tarde de primavera una de ellas reventó, por más que la voz de don Ignacio no se alterase al referir los acontecimientos.


Libro I, IV (130-131)




ISBN: 84-395-9839-4
Miguel Delibes

Ruta del Hereje. Texto 1

Ruta del Hereje 01

Corredera de San Pablo


Antes de que se instalara la Corte, la noche del 30 de octubre de 1517, el coche que ocupaban el hombre de negocios y rentista, don Bernardo Salcedo, y su bella esposa, doña Catalina de Bustamante, se detuvo ante el número 5 de la Corredera de San Pablo. Al salir de la casa de don Ignacio, rubio y lampiño, oidor de la Real Chancillería, hermano de don Bernardo, donde habían pasado la velada, doña Catalina había confiado discretamente a su marido sentir dolores en los ríñones y, en este momento, al detenerse bruscamente los caballos ante el portal de su casa, volvió a aproximar los labios a su oído para comunicarle en un susurro que también notaba humedad en el nalgatorio. Don Bernardo Salcedo, poco experto en estas lides, primerizo a sus cuarenta años, instó al criado Juan Dueñas, que sostenía la portezuela del coche, que acudiese vivo a casa del doctor Almenara, en la calle de la Cárcava, y le hiciera saber que la señora de Salcedo estaba indispuesta y requería su presencia.


Libro I, I (51)




ISBN: 84-395-9839-4
Miguel Delibes