Logo de la ruta realizado por © Manuel García Vázquez.
El último libro de Delibes discurre por su tierra natal, Valladolid: recorre sus piedras. Encontramos en ella restos del paso y del peso de la historia. Desde hace tiempo se puede recorrer una ruta basada en ese libro. Es una ruta de claro contenido turístico y podemos encontrarla en este enlace.
Esa ruta turística aprovecha alguna de las referencias del libro y centra sus nueve puntos en nueve monumentos, en nueve conjuntos monumentales... nuevamente aparecen las piedras como testigo del paso del tiempo. Naturalmente el libro permite generar numerosas rutas literarias; la que tiene establecida la ciudad de Valladolid o esta que aquí presentamos son sugerencias de lecturas...
Lo que aparece aquí como ruta parte de la ruta turística, pero intenta ir un poco más allá añadiendo dos puntos más y reconociendo que la ruta literaria definitiva sobre el libro está aún por hacer. Seguiremos desarrollando una ruta con un contenido más abiertamente literario, más fiel al libro y menos pendiente solo de algunas piedras de la ciudad.
Advertimos, además, que, en general, la ruta sigue el recorrido narrativo del libro, aunque es inevitable alguna licencia para intentar que el recorrido resulte también plausible, creíble y razonable como paseo.
Vamos a poner en esta entrada los elementos que podrán encontrarse en esa ruta literaria y que aparecen en Layar como una capa de información asociada a esos once puntos. Esta capa ha sido creada en Layar por Ana de la Fuente Cantarino. Los libros, sea cual sea su soporte o sea cual sea el artefacto tecnológico que usemos para seguir leyendo, no son piezas de museo clasificados en una biblioteca, aislados del mundo,... pueden ser elementos vivos en entornos de lectura dinámicos y sociales, cooperativos y abiertos, en definitiva que desarrollen la dimensión solidaria.
Para ver esta ruta necesitaremos descargar esta aplicación:
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marcador para cargar la ruta en Layar:
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Esperamos que se entienda la razón que nos lleva a publicar esta larguísima entrada en un blog o bitácora; algo no habitual, pero que creemos justificado como excepción.
Callejero:
Hereje 01: Plaza de San Pablo. Corredera de San Pablo
Hereje 02: Palacio del Licenciado Butrón, plaza de Santa Brígida.
Hereje 03: Palacio de Fabio Nelli, plaza de Fabio Nelli.
Hereje 04: Palacio de los Condes de Benavente, plaza de la Trinidad.
Hereje 05: Convento de Santa Catalina, calle de Santo Domingo de Guzmán. Jusería.
Hereje 06: Capilla de los Fuensaldaña, Museo de Arte Contemporáneo Patio Herreriano, calle de la Encarnación-Jorge Guillén.
Hereje 07: Calle del Doctor Cazalla.
Hereje 08: Calle Orates, actual calle Cánovas del Castillo.
Hereje 09: Plaza del Mercado, actual plaza Mayor.
Hereje 10: Iglesia de Santiago, calle de Santiago.
Hereje 11: Plaza de José Zorrilla.
Coordenadas:
Hereje 01: 41° 39.413', -4° 43.488' (plaza de San Pablo).
Hereje 02: 41° 39.379', -4° 43.623' (plaza de Santa Brígida).
Hereje 03: 41° 39.361', -4° 43.731' (plaza de Fabio Nelli, palacio de Fabio Nelli).
Hereje 04: 41° 39.438', -4° 43.809' (plaza de la Trinidad, palacio de los Condes de Benavente).
Hereje 05: 41° 39.362', -4° 43.811' (calle de Santo Domingo de Guzmán, convento de Santa Catalina).
Hereje 06: 41° 39.285', -4° 43.848' (calle de Jorge Guillén, museo Patio Herreriano, capilla de los Fuensaldaña).
Hereje 07: 41° 39.290', -4° 43.727' (calle doctor Cazalla).
Hereje 08: 41° 39.127', -4° 43.543' (calle Orates, calle Cánovas del Castillo).
Hereje 09: 41° 39.127', -4° 43.714' (plaza del Mercado, plaza Mayor).
Hereje 10: 41° 39.037', -4° 43.737' (calle Santiago, parroquia Santiago).
Hereje 11: 41° 38.910', -4° 43.791' (plaza de José Zorrilla).
Información de cada POI:
Hereje 01:
Casa de los Salcedo en la corredera de San Pablo, actual calle de las Angustias.
Cipriano nace en 1517.
Hereje 02:
D. Ignacio Salcedo, oidor de la Real Audiencia y Chancillería, tío de Cipriano.
Licenciado Butrón, abogado de la Audiencia en el siglo XVI.
Hereje 03:
Fabio Nelli, rico mercader italiano, asentado en el siglo XVI en Valladolid.
En los palacios de esta zona vivían nobles como don Carlos de Seso.
Hereje 04:
En el siglo XIX se instaló el Hospicio de la Ciudad.
En el siglo XVI esa institución la regentaba la cofradía de San José de los Niños Expósitos.
En esa institución estudia Cipriano Salcedo.
Hereje 05:
Situado en la antigua Judería los Salcedo tenían su almacén de lanas.
A través del Puente Mayor dicha lana sale con destino a Flandes.
Convento de Santa Catalina de monjas dominicas, aparece en el proceso del Doctor Cazalla.
Hereje 06:
La capilla de los Fuensaldaña forma parte del Museo del Arte Contemporáneo Español.
Enterrada doña Leonor de Vivero, madre del Doctor Cazalla.
Hereje 07:
En la actual calle del Doctor Cazalla estuvo la casa de Leonor de Vivero donde se reunían los conciliábulos o conventículos de los luteranos.
Hereje 08:
En la calle de Orates estaba el Hospital de los Inocentes o de Orates en la actual calle Cánovas del Castillo.
Cipriano ingresó allí a su esposa Teo, cuando esta enloquece.
También está la taberna de Garabito donde Bernardo Salcedo tomaba vino con los amigos.
Por aquí pasó el cortejo de los reos hacia el auto de fe desde la cárcel secreta de la Inquisición.
Hereje 09:
En el siglo XVI era la plaza del Mercado, lugar además de celebración de fiestas civiles y religiosas. Aquí se desarrollaban los autos de fe.
Los condenados llevaban sambenitos y corozas. Los reos penitenciales regresaban a la cárcel.
Los condenados, montados en borriquillas, iban al lugar de la condena atravesando la calle Santiago.
Tras el incendio de 1561 se reconstruye con el diseño de Francisco de Salamanca ante el encargo del propio Felipe II.
Hereje 10:
El Doctor Cazalla predicaba los viernes en esta iglesia. Parroquia de Santiago.
Hereje 11:
En el siglo XVI estamos fuera de los muros de la villa.
La quema pública de los reos se realizaba después de atravesar la Puerta del Campo.
Textos:
La edición manejada para los textos es de Editorial Planeta DeAgostini S.A,, 2002.
ISBN: 84-395-9839-4.
Depósito Legal: B. 37.303-2002.
En la ruta no aparecen en los POI todos estos textos, sino, normalmente, uno en cada punto. Advertimos que no se recogen todas las referencias que a algunos lugares aparecen en el libro.
Hereje 01: Corredera de San Pablo
Nacimiento:
Antes de que se instalara la Corte, la noche del 30 de octubre de 1517, el coche que ocupaban el hombre de negocios y rentista, don Bernardo Salcedo, y su bella esposa, doña Catalina de Bustamante, se detuvo ante el número 5 de la Corredera de San Pablo. Al salir de la casa de don Ignacio, rubio y lampiño, oidor de la Real Cnancillería, hermano de don Bernardo, donde habían pasado la velada, doña Catalina había confiado discretamente a su marido sentir dolores en los ríñones y, en este momento, al detenerse bruscamente los caballos ante el portal de su casa, volvió a aproximar los labios a su oído para comunicarle en un susurro que también notaba humedad en el nalgatorio. Don Bernardo Salcedo, poco experto en estas lides, primerizo a sus cuarenta años, instó al criado Juan Dueñas, que sostenía la portezuela del coche, que acudiese vivo a casa del doctor Almenara, en la calle de la Cárcava, y le hiciera saber que la señora de Salcedo estaba indispuesta y requería su presencia.
Libro I, I (51)
Nodriza:
La influencia de la familia Salcedo se desplegó por la villa y pueblos limítrofes. Don Ignacio, oidor de la Chancillería, donde se preparaba esa mañana la recepción del Rey, dio el parte entre el personal subalterno: urgía una nodriza joven, con leche de varios días, sana y dispuesta a alojarse en casa de los padres. Los corresponsales de la lana, en el Páramo, recibieron de don Bernardo la misma consigna: Se precisa nodriza. La familia Salcedo requiere urgentemente una nodriza. A las doce del día siguiente se presentó una muchacha, casi una niña, procedente de Santovenia, madre soltera, con leche de cuatro días, que había perdido a su hijito en el parto. A doña Catalina, aún no demasiado cargada de fiebre, le gustó la chica, alta, delgada, tierna, con una atractiva sonrisa. Daba la sensación de una muchacha alegre a pesar de todos los pesares. Y una vez que el niño se enroscó en su regazo y estuvo una hora inmóvil tirando del pezón y se quedó dormido, doña Catalina se conmovió. El fervor materno de aquella chica se advertía en su tacto, en el cuidado meticuloso al acostar a la criatura, en la comunión de ambos a la hora de alimentarlo. Deslumbrada por tan buena disposición, doña Catalina la contrató sin vacilar y la alabó sin reservas. De esta manera apresurada Minervina Capa, natural de Santovenia, de quince años de edad, madre frustrada, empezó a formar parte de la servidumbre de la familia Salcedo en la Corredera de San Pablo 5.
Libro I, I (64-65)
Infancia, muerte madre:
La casa de la Corredera de San Pablo asumió a la muerte de doña Catalina una nueva disposición. El niño Cipriano se incorporó a la vida del servicio, en las buhardillas de madera del piso alto, en tanto don Bernardo quedó como dueño y señor del primer piso, sin otra novedad que la de haber cambiado de sitio el santuario conyugal, instalado, ahora que había dejado de ser santuario, en su despacho de toda la vida.
Libro I, II (75)
Padre amante:
A veces, solo en su casa de la Corredera de San Pablo, se complacía rememorando los ardides de Petra, los recursos de su pervertida imaginación. Y comparándolos con los de la tímida y púdica muchacha que había encontrado en Castrodeza, llegaba a la conclusión de que él era un consumado maestro de lubricidad y ella una discípula aventajada. Únicamente así se explicaba que la palurda que bajó del Páramo a la grupa de su caballo, suspirando, ocho meses atrás, hubiera alcanzado no sólo el actual grado de depravación, sino la elegancia natural que sabía mostrar en determinadas ocasiones. Tan orgulloso de sí mismo se encontraba don Bernardo que, incapaz de dejar en la sombra sus aventuras y la conducta salaz de la muchacha, una mañana se franqueó con su empleado Dionisio Manrique en el almacén. Dionisio acogió las confidencias de su patrón con la avidez un poco resbaladiza del mujeriego empedernido, pero se guardó sus objeciones sobre el particular. De este modo, don Bernardo consiguió ampliar sus horas de placer mediante el fácil recurso de explicitarlas. La mera referencia a las trastadas de Petra, que, inevitablemente, terminaban en la cama, encendían de nuevo su ardor, lo preparaban para la visita vespertina, mientras Dionisio le escuchaba con la boca abierta, babeando. Únicamente Federico, el mudo de los recados, que observaba la salacidad de Manrique, se preguntaba qué se traerían entre manos aquellos dos hombres que explicara la turbiedad de sus ojos y sus torpes ademanes.
Libro I, IV (129-130)
Villalar:
La vida de la ciudad se sumió en la tristeza. Regresaban los soldados hambrientos con sus caballos heridos y los infantes, desarmados y andrajosos, deambulaban por la Corredera camino de San Pablo. Iban como perdidos, a la deriva. La tertulia de artesanos en la Plaza del Mercado parecía tener sordina esa tarde y por las calles vagaban las gentes cabizbajas, sin saber a quién culpar de la derrota. Entre ellas caminaba Bernardo Salcedo, entristecido pero satisfecho de que aquello, al fin, hubiera hecho crisis, hubiera terminado. Encontró a Petra Gregorio en una actitud singular: de pie frente a la puerta, vestida con un gonete negro y una basquina abierta por delante, el amplio escote desnudo, sin el collar de cuentas de leche. Tenía lágrimas en los ojos cuando le dijo:
Libro I, IV (135)
Destete:
La salacidad que Petra despertaba en él distrajo a Salcedo de su anterior devoción por Minervina. La veía poco. Menos aún a su hijo Cipriano que había cumplido ya los tres años. Pero el 15 de mayo de 1521 ocurrió en el número 5 de la Corredera de San Pablo un hecho inesperado que, de forma fortuita, le puso de nuevo en relación con la muchacha. A la joven Minervina, la eficaz nodriza de los pechos pequeños, se le retiró repentinamente la leche. ¿Motivos? En apariencia no los había. Minervina había dormido bien, había cenado como de costumbre, no había hecho esfuerzo físico alguno. Por otra parte, los graves acontecimientos de la calle no le afectaban, ni había sufrido emociones profundas que explicasen el fenómeno. Simplemente el niño se negaba a coger el pezón y, al apretar el pecho, ella notó que se había secado. Entonces comenzó a llorar, preparó al niño unas sopas de pan, se las dio, se lavó los ojos en el aguamanil y afrontó el encuentro con don Bernardo:
—Tengo algo importante que decirle a vuesa merced —dijo humildemente—. De la noche a la mañana me he quedado sin leche.
Libro I, IV (136-137)
Muerte del padre:
A Cipriano no le entristeció la noticia. No sentía una brizna de amor por su padre. Y, al propio tiempo, su ritmo de vida era tan exigente que apenas tuvo tiempo de pensarlo. La sequía continuaba —prácticamente llevaba un año sin llover— y últimamente estaban quemando las casas más afectadas después de trasladar a los hospitales extramuros a los inquilinos enfermos. Nueve meses después de entrar en acción, los expósitos tuvieron dos bajas: Tito Alba y Gallofa. El propio Cipriano los condujo, en el carrito del colegio, al Hospital de la Misericordia. A Cipriano le caían las lágrimas mientras apaleaba al borrico que tiraba del carro. Tito Alba falleció una semana después y, al comenzar el mes siguiente, Gallofa.
Entre uno y otro entregó su alma don Bernardo Salcedo. Cipriano se vistió el sayo y el capotillo menos ajados y se concentró con sus compañeros en el portal de la Corredera de San Pablo 5.
Libro I, VI (192)
Regreso a casa:
Cumplida la mayoría de edad, Cipriano Salcedo se doctoró en Leyes, entró en posesión del almacén de la Judería y de las tierras de Pedrosa y se trasladó a vivir a la vieja casa paterna en la Corredera de San Pablo, cerrada desde la muerte de don Bernardo. Unos años después, conseguidos estos objetivos, se impuso otros tres muy definidos y ambiciosos: encontrar a Minervina, alcanzar un prestigio social y elevar su posición económica hasta ponerse a nivel de los grandes comerciantes del país.
Libro II, VII (203)
Matrimonio:
En el aspecto sexual, su matrimonio funcionaba. La evidente pereza de Teo no le afectaba. Nunca trató de comprar una criada ya que Crisanta y Jacoba se bastaban para atender el cuerpo de casa y Fidela cumplía con su obligación en la cocina. Teo había llegado, pues, a la Corredera de San Pablo 5 como una señora.
Libro II, VII (254-255)
Edificación:
El frenético ritmo de edificación hizo surgir en todas partes nuevas manzanas de casas, utilizando tanto los espacios cerrados, patios y jardines, como los terrenos abiertos de los arrabales. Para Cipriano Salcedo y sus convecinos constituyó un motivo de orgullo la transformación de su barrio, desde la Corredera de San Pablo a la Judería, próxima al Puente Mayor. Tres docenas de casas de nueva planta se habían edificado en las calles Lechería, Tahona y Sinagoga, y otras tantas aún más sólidas en la huerta del Convento de San Pablo cedida para este fin. Para dar salida a estos bloques se abrió la calle Imperial, que enlazaba con el barrio recién construido. Otras licencias para obras de envergadura se concedieron, asimismo, en la calle Francos y en la huerta del convento de monjas de Santa María de Belén, entre el Colegio de Santa Cruz y la Plaza del Duque.
Libro II, XI (296)
Hereje 02: D. Ignacio Salcedo, oidor de la Real Audiencia y Chancillería. Palacio del Licenciado Butrón, plaza de Santa Brígida
Primera alusión:
Antes de que se instalara la Corte, la noche del 30 de octubre de 1517, el coche que ocupaban el hombre de negocios y rentista, don Bernardo Salcedo, y su bella esposa, doña Catalina de Bustamante, se detuvo ante el número 5 de la Corredera de San Pablo. Al salir de la casa de don Ignacio, rubio y lampiño, oidor de la Real Chancillería, hermano de don Bernardo, donde habían pasado la velada, doña Catalina había confiado discretamente a su marido sentir dolores en los ríñones y, en este momento, al detenerse bruscamente los caballos ante el portal de su casa, volvió a aproximar los labios a su oído para comunicarle en un susurro que también notaba humedad en el nalgatorio. Don Bernardo Salcedo, poco experto en estas lides, primerizo a sus cuarenta años, instó al criado Juan Dueñas, que sostenía la portezuela del coche, que acudiese vivo a casa del doctor Almenara, en la calle de la Cárcava, y le hiciera saber que la señora de Salcedo estaba indispuesta y requería su presencia.
Libro I, I (51)
Ignacio Salcedo, papel ejemplar:
En cambio, con su hermano Ignacio, con quien solía encontrarse diariamente al anochecer, Bernardo no mostraba esas confianzas. Al contrario, se esforzaba en comparecer ante él con el decoro y la respetabilidad que siempre habían adornado a la familia Salcedo. Ignacio era el espejo en que la villa castellana se miraba. Letrado, oidor de la Chancillería, terrateniente, sus títulos y propiedades no bastaban para apartarle de los necesitados. Miembro de la Cofradía de la Misericordia, becaba anualmente a cinco huérfanos, porque entendía que ayudar a estudiar a los pobres era sencillamente instruir a Nuestro Señor. Pero no solamente entregaba al prójimo su dinero sino también su esfuerzo personal. Ignacio Salcedo, ocho años más joven que don Bernardo, de cutis rojizo y lampiño, visitaba mensualmente los hospitales, daba un día de comer a los enfermos, hacía sus camas, vaciaba las escupideras y durante toda una noche cuidaba de ellos. Por añadidura, don Ignacio Salcedo era el patrono mayor del Colegio Hospital de Niños Expósitos, que gozaba de prestigio en la villa y se sostenía con las donaciones del vecindario. Pero, no contento con esto, con su quehacer profesional en la Chancillería y sus buenas obras, don Ignacio era el vecino mejor informado de Valladolid, no ya sobre los nimios sucesos municipales sino de los acontecimientos nacionales y extranjeros. Las noticias últimamente eran tan abundantes que don Bernardo Salcedo cada vez que recorría las calles Mantería y del Verdugo, camino de la casa de su hermano, iba preguntándose: ¿Qué habrá sucedido hoy? ¿No estaremos sentados en el cráter de un volcán? Porque don Ignacio era crudo en sus manifestaciones, nunca las atemperaba con paños calientes. De ahí que don Bernardo, aun mostrándose poco aficionado a la política, a los problemas comunes, estuviera puntualmente informado de la lamentable realidad española. La inquietud creciente de la villa, la hostilidad popular hacia los flamencos, la falta de entendimiento con el Rey, eran realidades manifiestas, hechos que, como bolas de nieve, iban rodando, aumentando de volumen y amenazando avasallar cuanto encontraran a su paso. Hasta que una tarde de primavera una de ellas reventó, por más que la voz de don Ignacio no se alterase al referir los acontecimientos:
Libro I, IV (130-131)
Relacionado con el licenciado Butrón, puede consultarse este enlace.
Hereje 03: Palacio de Fabio Nelli, plaza de Fabio Nelli
Carlos de Seso y El beneficio de Cristo:
— ¿Conoce vuesa merced un precioso librito titulado El beneficio de Cristo?
Cipriano Salcedo denegó con la cabeza. Añadió Cazalla:
—Yo se lo prestaré. El libro no ha sido impreso en España pero conservo un ejemplar manuscrito. Don Carlos trajo de Italia el original.
Cipriano se hacía la ilusión de que algo empezaba a alentar dentro de él. Era como si atisbara un punto de luz en un horizonte cerrado. Aquel cura parecía mostrarle una nueva dimensión de lo religioso: la confianza frente al temor.
— ¿Quién es ese don Carlos de que me habla?
—Don Carlos de Seso, un caballero veronés aclimatado en Castilla, un hombre tan fino de cuerpo como de espíritu. Ahora vive en Logroño. En el 50 viajó a Italia y trajo libros e ideas nuevas. Luego acudió a Trento con el obispo de Calahorra. Hay quien dice que don Carlos cautiva tras un trato superficial y desilusiona tras un trato profundo. En suma que es conversador de distancias cortas. No sé. Tal vez vuesa merced tenga oportunidad de conocerle y juzgará por sí mismo.
Cipriano Salcedo se daba cuenta de que estaba deslizándose de las aguas someras a las profundas, de que estaba enredándose en una conversación trascendente y crucial. Pero experimentaba una paz inefable. Tenía una vaga idea de haber oído mentar a don Carlos de Seso en casa de su tío Ignacio. Y, aunque se encontraba a gusto allí, sentado en el cembo, empezaba a sentir el relente.
Se incorporó y bajó al carril. Cazalla le siguió. Caminaron un rato en silencio, al cabo del cual Cipriano preguntó:
— ¿No tuvo alguna vez don Carlos de Seso concomitancias luteranas?
Libro II, X (289-290)
Antecedentes:
— Hace casi catorce años que conozco a don Carlos —dijo—. Entonces era un joven apuesto y refinado en el vestir, tanto que lo último que uno esperaba de él era oírle hablar de teologías. Tenía varios contertulios en Toro y una tarde nos hizo ver que Cristo había dicho sencillamente que el que creyese en Él tendría la vida eterna. Únicamente nos pidió fe — precisó—, no puso otras condiciones.
Libro II, X (292)
Luterano:
— El día que don Carlos de Seso me lo dijo sufrí tanto como vos. Las tinieblas me envolvían y sentí miedo. Estaba tan atribulado que pensé en denunciar a don Carlos al Santo Oficio.
Libro II, XI (303-304)
Caballero aristocrático:
Caminaban por el carril de Toro, en una tarde apacible, cuando vieron venir en sentido contrario un esbelto corcel, envuelto en una nube de polvo. Pedro Cazalla no se alteró cuando dijo:
— Si no me equivoco aquí tenemos a don Carlos de Seso en persona.
Libro II, XI (307)
Hereje 04: Palacio de los Condes de Benavente, plaza de la Trinidad
Patrono del colegio:
Por añadidura, don Ignacio Salcedo era el patrono mayor del Colegio Hospital de Niños Expósitos, que gozaba de prestigio en la villa y se sostenía con las donaciones del vecindario. Pero, no contento con esto, con su quehacer profesional en la Chancillería y sus buenas obras, don Ignacio era el vecino mejor informado de Valladolid, no ya sobre los nimios sucesos municipales sino de los acontecimientos nacionales y extranjeros. Las noticias últimamente eran tan abundantes que don Bernardo Salcedo cada vez que recorría las calles Mantería y del Verdugo, camino de la casa de su hermano, iba preguntándose: ¿Qué habrá sucedido hoy? ¿No estaremos sentados en el cráter de un volcán? Porque don Ignacio era crudo en sus manifestaciones, nunca las atemperaba con paños calientes. De ahí que don Bernardo, aun mostrándose poco aficionado a la política, a los problemas comunes, estuviera puntualmente informado de la lamentable realidad española. La inquietud creciente de la villa, la hostilidad popular hacia los flamencos, la falta de entendimiento con el Rey, eran realidades manifiestas, hechos que, como bolas de nieve, iban rodando, aumentando de volumen y amenazando avasallar cuanto encontraran a su paso. Hasta que una tarde de primavera una de ellas reventó, por más que la voz de don Ignacio no se alterase al referir los acontecimientos:
Libro I, IV (130-131)
Polémica del colegio:
Don Bernardo se resignó a admitir que el preceptor no era el medio más indicado para educar a su hijo, el pequeño parricida. Había otras soluciones, pero, como hombre rencoroso, improvisó rápidamente la suya: un colegio. Un internado duro y sin pausas. Era hora de separarle de la rolla. Don Bernardo sabía que en la villa no había centros educativos que merecieran tal nombre, pero su hermano Ignacio era patrono mayor del más afamado: el Hospital de Niños Expósitos, regido por la Cofradía de San José y de Nuestra Señora de la O, dedicado a la formación de niños abandonados.
A su hermano le dolió la decisión:
—Ese colegio no es para personas de nuestra clase, Bernardo.
Don Bernardo coqueteaba ahora con la idea de dar una lección a la aristocracia, abrirle los ojos:
—Me han hablado bien de él. Dispone de veintiocho camas para becarios y mi hijo podrá pagar su alojamiento y el de cinco compañeros más si es eso lo que hace falta para que le abran las puertas.
Don Ignacio se echó las manos a la cabeza:
—El Hospital de Niños Expósitos vive de la caridad, Bernardo. Y tú sabes que los chicos abandonados por sus padres no suelen ser gente recomendable. Es un colegio serio porque los Diputados de la Cofradía nos hemos empeñado en que lo sea y hemos puesto en la dirección a un maestro competente. A la doctrina, por la mañana, a toque de campana, acuden chicos de toda condición e, incluso, en el resto de las clases, admiten alumnos de pago. ¿No podría ser sta la mejor solución para Cipriano?
Don Bernardo denegó obstinadamente:
—A mi hijo hay que enveredarlo. Su niñera lo ha mimado demasiado. Y esto se acabó. Lo meteré interno y no disfrutará siquiera de vacaciones; pero para ingresar en el Hospital necesito tu concurso. ¿Estás dispuesto a prestármelo?
Intelectualmente don Ignacio estaba a cien codos de su hermano pero carecía de personalidad para imponerse. Al día siguiente visitó la Cofradía que administraba el centro, y, cuando habló de la generosa disposición de su hermano, no encontró más que buenas palabras, lo mismo que en la reunión de diputados del jueves siguiente, que votó la admisión del pequeño. Por esta vía y mediante el compromiso de pagar el mantenimiento de su hijo, las becas de tres compañeros y cooperar generosamente al Arca de las Limosnas, Cipriano fue admitido en el centro.
Libro I, V (158-159)
Ceremonia de las Eras:
Por segundo año consecutivo desde su ingreso en el colegio, llegado agosto, Cipriano participó en la Ceremonia de las Eras acompañado de dos condiscípulos y dos cofrades de la Santísima Trinidad. La clase, dividida en grupos, visitaba las eras que rodeaban la villa y pedían a Dios «prieta espiga y grano abundante». A los muchachos les divertía tomar contacto con los labriegos, trillar, azuzar a las muías, montar en pollino y beber del botijo. Rezado el Pater Noster y las letanías rituales, los campesinos les entregaban unos fardillos de trigo que ellos, al llegar al colegio, depositaban en el Arca de las Limosnas y, al día siguiente, en el mercado, lo convertían en dinero contante y sonante. Cipriano, en compañía de Tito Alba y de un nuevo compañero, a quien apodaban Gallofa, quedó a un celemín de distancia del grupo más aprovechado y fue elogiado por el Escriba al iniciarse la clase.
Libro I, VI (175)
Hereje 05: Almacén de lanas. Convento de Santa Catalina. Judería.
Almacén de lanas:
Ninguna de estas novedades implicó un cambio sustancial en la vida de don Bernardo Salcedo aunque externamente entró en una fase de derrotada pasividad. Dejó de ir al almacén de lanas, en la vieja Judería, y se olvidó por completo de Benjamín Martín, su rentero de Pedrosa. En su inactividad, don Bernardo dejó incluso de visitar a mediodía, con sus amigos, la taberna de Dámaso Garabito y de entonarse con sus blancos selectos. En rigor, el señor Salcedo pasó unos días sentado en un sillón de la sala, frente a los visillos de la ventana, viendo cómo venía la luz y cómo marchaba. Apenas se movía hasta que Modesta le avisaba para comer y él, entonces, se levantaba del sillón de mala gana y se sentaba a la mesa. Pero no comía, se limitaba a manchar el plato para engañarse a sí mismo y, de paso, inquietar al servicio. Interiormente se había señalado una semana de luto pero, en siete días, llegó a un punto de simulación tan perfecto que empezó a gozar de las mieles de la compasión. Desde niño, don Bernardo Salcedo había impuesto a sus padres su voluntad. Era un muñeco autoritario que no aceptaba imposiciones de ningún tipo. Así creció y, una vez casado, a su esposa doña Catalina la tuvo siempre sometida a una dura disciplina marital. Tal vez por eso sufría ahora, porque le faltaba alguien a quien mandar, con quien ejercitar el poder. Y Modesta, la doncella, al servirle las comidas, mostraba su aflicción con dos lagrimitas.
Libro I, II (75-76)
Rutinas:
Sin apenas advertirlo, don Bernardo Salcedo se encontró enganchado de nuevo a la rutina. Meses atrás había llegado a pensar que podía morir de aburrimiento, pero ahora, como si aquello hubiera sido un amago de tormenta, pensaba que sus temores habían sido exagerados. Su acceso de melancolía, como él llamaba pomposamente a sus meses de vagancia, había sido vencido, así que volvió a tomar las riendas de su casa y de sus negocios. Por la mañana, tras el opíparo desayuno que le servía Modesta, don Bernardo se encaminaba al almacén de la vieja Judería, en los aledaños del Puente Mayor, y allí se encontraba con Dionisio Manrique, su fiel colaborador, que meses atrás había llegado a pensar que el amo se moría y el almacén habría que cerrarlo.
Libro I, III (101)
Limosna:
El Niño tomaba las riendas y el carrillo, traqueteando, subía hasta la calle Imperial, próxima a la Judería. Tan pronto llegaban, Cipriano se arrojaba del carro, armaba el túmulo en el centro de la calle y colocaba encima los dos cadáveres. Disponían de una fórmula, acuñada por el uso, para llamar a la caridad a los viandantes, y Cipriano la ponía en práctica con gran propiedad:
— Hermanos: aquí tenéis los cuerpos de dos desdichados que pasaron a mejor vida sin conocer los beneficios de la amistad —decía—. No les neguéis ahora el derecho a la tierra sagrada. Nuestro Señor nos ordenó ser hermanos del pobre y del pecador y únicamente si vemos en ellos al propio Cristo conoceremos el día de mañana el premio de la gloria. Ayudad a dar tierra a estos desdichados.
Libro I, V (166)
Propietario:
Cumplida la mayoría de edad, Cipriano Salcedo se doctoró en Leyes, entró en posesión del almacén de la Judería y de las tierras de Pedrosa y se trasladó a vivir a la vieja casa paterna en la Corredera de San Pablo, cerrada desde la muerte de don Bernardo. Unos años después, conseguidos estos objetivos, se impuso otros tres muy definidos y ambiciosos: encontrar a Minervina, alcanzar un prestigio social y elevar su posición económica hasta ponerse a nivel de los grandes comerciantes del país.
Libro II, VII (203)
Nuevo jefe:
Dionisio Manrique, que durante diez años había llevado el almacén de la Judería bajo la supervisión de don Ignacio, recibió con alivio la reincorporación de Cipriano al trabajo. Aquel edificio, desnudo y vacío la mayor parte del año, sin otra presencia que la del mudo Federico, se le hacía odioso e insoportable. De ahí que Manrique recibiera como un don del cielo la llegada de don Cipriano, cuya primera acción en la Judería fue revisar la correspondencia con los Maluenda, en principio la de don Néstor, el famoso comerciante, y la de Gonzalo, su hijo, después.
Libro II, VII (204-205)
Valladolid crece:
El frenético ritmo de edificación hizo surgir en todas partes nuevas manzanas de casas, utilizando tanto los espacios cerrados, patios y jardines, como los terrenos abiertos de los arrabales. Para Cipriano Salcedo y sus convecinos constituyó un motivo de orgullo la transformación de su barrio, desde la Corredera de San Pablo a la Judería, próxima al Puente Mayor. Tres docenas de casas de nueva planta se habían edificado en las calles Lechería, Tahona y Sinagoga, y otras tantas aún más sólidas en la huerta del Convento de San Pablo cedida para este fin. Para dar salida a estos bloques se abrió la calle Imperial, que enlazaba con el barrio recién construido. Otras licencias para obras de envergadura se concedieron, asimismo, en la calle Francos y en la huerta del convento de monjas de Santa María de Belén, entre el Colegio de Santa Cruz y la Plaza del Duque.
Pero lo más espectacular fue la expansión de la villa por las parroquias de extramuros: San Pedro, San Andrés y Santiago. Las cesiones de terreno de los hermanos Pesquera, que facilitaron sesenta y dos nuevos solares, resultaron beneficiosas incluso para los donantes, lo que indujo a otros propietarios a cambiar sus fincas, por una renta anual vitalicia, en lugares concretos como la calle de Zurradores, la linde del camino de Renedo y la del de Laguna, a la izquierda de la Puerta del Campo. En este tiempo, mediada la década, Valladolid se convirtió en un gran taller de construcción sobre el que pasaban los años sin que su febril actividad conociera reposo.
Libro II, XI (296-297)
El convento de Santa Catalina:
A la tarde siguiente visitó a doña Leonor y a su hijo. Sabía por Pedro Cazalla y don Carlos de Seso que en Ávila, Zamora y Toro existían pequeños grupos cristianos, satélites del núcleo más importante de Valladolid, con los que, de vez en cuando, se relacionaban Cristóbal de Padilla, criado del marqués de Alcañices, y Juan Sánchez. Pero los movimientos de estos, su tosco y elemental bagaje intelectual, su falta de tacto, preocupaban seriamente al Doctor. Había que tomar más en serio estos contactos y Cipriano podía ser el encargado de ello. Al Doctor le satisfizo su buena disposición. Le sobraban discreción, talento y dinero para afrontar la tarea. Luego quedaba Andalucía. De Sevilla, del grupo luterano del sur, estaban cada vez más alejados y los cambios de impresiones, dada la vigilancia del Santo Oficio, eran muy precarios. Los sevillanos no ignoraban que un correo interceptado a tiempo podría desmantelar simultáneamente los dos focos protestantes en unas horas. De ahí que la desconexión entre ambos fuese casi total. Don Agustín Cazalla vio, pues, con buenos ojos el ofrecimiento de Salcedo, su disponibilidad. Cipriano podía empezar por Castilla y terminar en Andalucía. Era buen jinete y no miraba el tiempo ni el dinero. Comenzó visitando los tres conventos de la villa donde tenían adeptos y con los que hacía meses que no se comunicaban: Santa Clara, Santa Catalina y Santa María de Belén. Portaba cartas de presentación para las monjas y celebró charlas de locutorio con las superioras: Eufrosina Ríos, María de Rojas y Catalina de Reinoso, respectivamente. Las tres eran incondicionales pero el Doctor deseaba saber si las nuevas ideas progresaban entre las novicias o permanecían estancadas. Su difusión era arriesgada en los conventos, al decir del Doctor, ya que nunca faltaban personas fanáticas prestas a ir con el cuento a la Inquisición. Eufrosina Ríos le confirmó los temores del Doctor en el convento de Santa Clara. No obstante, había sido una novicia, Ildefonsa Muñiz, profundamente identificada con la Reforma, la que había introducido en el convento el tratadito de Lutero "La libertad del cristiano", y estudiaba la mejor manera de difundirlo. Peor estaban las cosas en las Catalinas, donde, aparte el fervor de María de Rojas, nada se había alterado y, dadas las circunstancias, según información de la superiora, mejor sería de momento no intentarlo. La sorpresa vino del monasterio de Belén por boca de Catalina de Reinoso, la priora. A través del torno, con su voz nasal, muy monjil, Catalina le dio cuenta del avance de las nuevas ideas intramuros. Eran muchas las religiosas que habían abrazado la teoría del beneficio de Cristo y le facilitó la relación: Margarita de Santisteban, Marina de Guevara, María de Miranda, Francisca de Zúñiga, Felipa de Heredia y Catalina de Alcázar. El resto de la comunidad estaba bien orientado; únicamente le pedía al Doctor dos cosas: libros sencillos y un poco de paciencia. Cipriano anotó los nombres de las nuevas cristianas y los incorporó al fichero que guardaba en su despacho y que, día a día, iba creciendo.
Libro II, XII (335-336)
Hereje 06: Capilla de los Fuensaldaña
Siete días antes de Navidad, súbitamente, falleció doña Leonor. Por la mañana había sentido un vago temor de corazón y, después de comer, quedó muerta en la mecedora sin que nadie lo advirtiera. El Doctor la encontró todavía caliente y el balancín con un leve movimiento de vaivén. Su deceso fue la culminación de un annus horribilis, como lo calificó el Doctor Cazalla. Se hizo preciso preparar las honras fúnebres con la pompa que exigían la fama del Doctor y el hecho de que la difunta tuviera tres hijos religiosos. El entierro se verificó en la capilla de los Fuensaldaña, en el Monasterio de San Benito. Diez doncellas, casi niñas, acompañaron el ataúd portando cintas azules y el coro del Colegio de los Doctrinos, fundado pocos años antes en la ciudad, entonó las letanías habituales. Cipriano Salcedo creía ver en aquellos muchachos a los antiguos Expósitos, sus compañeros de infancia, y respondía a las apelaciones al santoral con devoción y respeto: ora pro nobis, ora pro nobis, ora pro nobis, decía para sí, y en el Dies irae de la epístola se prosternó sobre las losas del templo y repitió la letra en voz baja, profundamente conmovido: Solvet saeclum in favilla: teste David cum Sibylla
La ciudad acudió en masa al sepelio de doña Leonor. La reputación del Doctor, el hecho de que tres de los hijos de la difunta participasen en la misa funeral, removieron el sentimiento religioso del pueblo. Y, a pesar de sus grandes dimensiones, el templo no pudo dar acogida a todos los asistentes, muchos de los cuales quedaron a la puerta, en la explanada de acceso, devotamente, en silencio.
Libro II, XIV (381)
Hereje 07: Calle Doctor Cazalla
— En realidad, lo que quería decir —aclaró— es que doña Leonor era la mujer fuerte, la que sostenía al Doctor en sus horas bajas y daba vida y sentido a los conventículos.
Preludio
Parpadeó reiteradamente Cipriano Salcedo como deslumhrado. Operaba sobre él una especie de fuerza sobrenatural que parecía provenir de aquel hombre. Le convencían sus razones, las tres, especialmente la segunda: ¿por qué los Evangelistas no habían aludido al purgatorio y sí lo habían hecho al cielo y al infierno? Pero don Carlos no le daba tiempo a reflexionar. Hablaba y hablaba sin mesura. Remachaba el clavo. Para afrontar su nueva fe, don Carlos le recomendaba visitar a Cazalla, el Doctor, hablar con él. Frecuentar los conventículos, cambiar impresiones con los hermanos. No lo deje. Nuestra fuerza no es grande pero tampoco despreciable. No se quede sentado en una silla. Muévase. Abra su espíritu, no se resista a la gracia. Dispone de cenáculos en Valladolid, Toro, Zamora, en muchos sitios.
Libro II, XI (309-310)
—¿Es cierto que mensualmente se reunían en conventículos en casa de doña Leonor de Vivero, madre de los Cazalla?
Libro III, XVI (439)
Hereje 08: Calle Orates, actual Cánovas del Castillo
Hospital de los Inocentes o de Orates:
Le levantó el párpado del ojo derecho y observó la pupila con insistencia. Luego repitió la operación con el otro ojo. Volvió a tomarle el pulso:
— A esta señora hay que internarla —dijo—. En la calle Orates tienen el Hospital de Inocentes. No es un hotel de lujo pero tampoco es fácil encontrar otro mejor en la ciudad. Los procedimientos son primitivos. El enfermo vive atado a los barrotes de la cama o con grilletes en los pies para que no escape. Claro que con un poco de dinero, pagando dos loqueros para que la atiendan, pueden vuesas mercedes evitar esa humillación.
Libro II, XIII (354-355)
Ingreso:
Provisionalmente trasladaron a Teo al Hospital de Inocentes de la calle Orates. El tío Ignacio les acompañaba, pero cuando, a la puerta del hospital, dos loqueros intentaron maniatar a la enferma, Teodomira se revolvió como una pantera, con tanto ímpetu que uno de los enfermeros rodó por el suelo. Los transeúntes, atraídos por el espectáculo, se detenían al pie de las escaleras, donde el enfermero había caído, pero, unos minutos más tarde, Teo quedó instalada en el manicomio, al cuidado de dos comadres de pago, dos mujeres aparentemente fuertes que, llegado el momento, parecían capaces de dominarla.
Libro II, XIII (355)
Taberna de Garabito:
Don Bernardo, que tenía un somero conocimiento de la tierra, pero suplía su ignorancia con la experiencia de sus contertulios en la taberna de Garabito, en la calle Orates, respondió que para mullir y orear la tierra se precisaba otro cultivo, el mijo ceburro, por ejemplo, del que había poca práctica en Castilla.
Libro I, II (96)
A las doce del mediodía, don Bernardo marchaba del almacén. Eran semanas de calor y las calles hedían a basuras y desperdicios. Los niños, con las caritas llenas de bubas y landres, le salían al paso pordioseando, pero él los desatendía. Ya tienen a mi hermano, pensaba, ¿hay alguien en Valladolid que haga más por sus prójimos que mi hermano Ignacio? Caminaba despacio, evitando las alcantarillas, atento al «¡agua va!» de las ventanas, hasta abocar a la taberna de Garabito, en la calle Orates, con su inevitable ramita verde junto al rótulo, donde solían reunirse tres o cuatro amigos a degustar los blancos de Rueda.
Libro I, III (103-104)
Don Bernardo se dejaba envolver con gusto en la vieja rutina. Acudía diariamente a la taberna de la calle Orates, junto a la casa de locos, o a cualquier otra donde apareciera una rama verde en el rótulo del establecimiento.
Libro I, III (106)
Cortejo de reos:
Al abandonar la calle Orates, la procesión de los reos hubo de detenerse para ceder el paso al séquito real que subía por la Corredera. La guardia a caballo, con pífanos y tambores, abría marcha y tras ella el Consejo de Castilla y los altos dignatarios de la Corte con las damas ricamente ataviadas pero de riguroso luto, escoltados por dos docenas de maceros y cuatro reyes de armas con dalmáticas de terciopelo. Acto seguido, precediendo al Rey —grave, con capa y botonadura de diamantes— y a los Príncipes, acogidos con aplausos por la multitud, apareció el conde de Oropesa a caballo, con la espada desnuda en la mano. Cerraban el desfile, encabezados por el marqués de Astorga, un nutrido grupo de nobles, los arzobispos de Sevilla y Santiago y el obispo de Ciudad Rodrigo, domeñador de los conquistadores del Perú.
Libro III, XVII (474)
Hereje 09: Plaza Mayor, plaza del Mercado
Preparativos:
A mediados de abril se desató sobre la ciudad un martilleo fragoroso que se iniciaba con la primera luz del día y no cesaba hasta bien entrada la noche. Era un claveteo en diversos tonos, en cualquier caso seco y brutal, que procedía de la Plaza del Mercado y se difundía, con diferente intensidad, por todos los barrios de la villa. Aquel golpeteo siniestro pareció activar la vitalidad del penal, acelerar su ritmo. La vida rutinaria de la cárcel secreta se convirtió de pronto en algo ajetreado y activo. Hombres aislados, o en grupo, pasaban y regresaban por el zaguán, por los corredores, ante las celdas, introduciendo o sacando cosas, dando instrucciones a los reos. En cualquier caso, parecía haberse desatado una agitación inusitada que vino a coincidir con la prisa de Dato por facilitarle noticias y mensajes. La primera noche del atronador tamborileo, el carcelero aclaró:
— Están levantando los tablados.
— ¿Para el auto?
— Así es, sí señor, en la plaza, para el auto.
Libro III, XV (456)
Condenas:
— Don Carlos de Seso ha sido condenado a la hoguera.
Pero los acontecimientos se encadenaban en una noria sin fin, mientras los martillazos de la plaza atronaban en un sordo tamborileo.
Libro III, XV (458)
Visita del tío:
Cipriano pensó que retener más tiempo a su tío suponía prolongar su suplicio. Se puso en pie tambaleándose. Su tío tenía razón: Ana Enríquez era demasiado hermosa para quemarla. Además había sido engañada, era excesivamente joven cuando Beatriz Cazalla y fray Domingo la pervirtieron. Sonaba el martilleo de los carpinteros en la plaza, un golpeteo ininterrumpido, enloquecedor. Su tío también se había incorporado y le tomó de las manos con aprensión, como a un ciego.
Libro III, XV (461)
Itinerario:
Había cesado el martilleo de la plaza y las palabras del Doctor, pronunciadas a voz en cuello, con la puerta de la cija abierta, llegaban nítidamente a las celdas próximas y, con ellas, los intentos apaciguadores de los responsables: el alcaide, los carceleros, el médico. Un clima tenso se palpaba en el primer corredor, cuando el Doctor reanudó su discurso sobre el sambenito que acababan de entregarle, la ropa que vestiría con mayor gusto, decía, porque era la apropiada para confusión de su soberbia y purga de sus pecados. Luego volvió a la idea del arrepentimiento, que renegaba de cualquier perversa y errónea doctrina que hubiera creído, bien fuera contra el dogma o contra la Iglesia, y que persuadiría a todos los reos para que hiciesen lo mismo. El médico de la Inquisición debía de haber tomado alguna medida, porque del tono chillón con que el Doctor inició su peroración, pasó, en pocos segundos, a otro más coloquial y, posteriormente, a un tenue murmullo, para cesar al poco rato.
Libro III, XVI (463-464)
Tablado:
Dato se hacía lenguas sobre la transformación de la Plaza Mayor en un enorme circo de madera, con más de dos mil asientos en las gradas, cuyos precios oscilaban entre diez y veinte reales, y, en torno al cual, se había montado una guardia de alabarderos, reforzada en las horas nocturnas, después de dos intentos de prenderle fuego por parte de elementos subversivos.
Libro III, XVII (469)
Expectación:
Cipriano, con los ojos cerrados, un intenso latido en el párpado superior, encomendaba su alma y pedía luz a Nuestro Señor para distinguir el error de la verdad, mientras escuchaba distraído de labios de Dato las últimas nuevas: se anunciaba un día sofocante, más propio de agosto que de mayo, y muchos vecinos, que no habían encontrado localidad en las gradas, preparaban su emplazamiento en los tejados bajo toldos de anjeo, preservados por barandillas de madera. En espera de la llegada del Rey nuestro señor y de los Príncipes, más de dos mil personas velaban en la plaza al resplandor de hachones y luminarias. «No vea vuesa merced, parece el juicio final» —sentenció Dato en el colmo de la admiración.
Libro III, XVII (469)
Hereje 10: Iglesia de Santiago
Calle Santiago. Minervina:
Algunas tardes, los tíos Gabriela e Ignacio subían a visitarlo. Los primeros días las habilidades del niño fueron como un espectáculo de feria. Pero Gabriela no ocultó su temor: ¿No era demasiado tierna la criatura? No se refería a la edad sino al tamaño, pero Minervina, que miraba extasiada los alamares y puñetes de lechuguilla del vestido de doña Gabriela, salió acalorada en su defensa: no lo crea vuesa merced, aunque menudo, no es un niño débil Cipriano; le sobra nervio. Pero, una vez pasada la novedad, doña Gabriela y don Ignacio empezaron a espaciar sus visitas y don Bernardo reanudó las suyas a la calle de Santiago. Enfrascado en la rutina atendía sus obligaciones, pero no olvidaba a Minervina. La aparición de la cocinera cuando él acechaba la habitación de la chica había rebajado, sin embargo, sus ímpetus iniciales.
Libro I, III (112-113)
Sermones de Cazalla:
Sin embargo, Cipriano Salcedo siempre aspiraba a un perfeccionamiento moral. Recordaba el colegio con nostalgia. Le dio por las homilías y sermones. Buscaba en ellos preferentemente el fondo de los temas pero también la forma. Hubiera pagado una buena suma por una bella exposición de un problema religioso importante. Pero, cosa curiosa, Salcedo procuraba rehuir las pláticas conventuales. Sus preferencias iban por los curas seculares, no por los frailes. En esta nueva búsqueda influyó de manera determinante el jefe de su sastrería, Fermín Gutiérrez que, en concepto de Dionisio Manrique, era un meapilas. Pero el sastre distinguía a los oradores cautos de los ardientes, a los modernos de los tradicionales. Así se enteró Salcedo de la existencia del doctor Cazalla, un hombre de palabra tan atinada que el Emperador, en sus viajes por Alemania, lo había llevado consigo. No obstante, Agustín Cazalla era vallisoletano y su regreso a la villa provocó un verdadero tumulto. Hablaba los viernes, en la iglesia de Santiago llena a rebosar, y era un hombre místico, sensitivo, físicamente frágil. De flaca constitución, atormentado, tenía momentos de auténtico éxtasis, seguidos de reacciones emocionales, un poco arbitrarias. Mas Cipriano le escuchaba embebido, lo que no impedía que a su vuelta a casa le invadiera una cierta desazón. Analizaba su alma pero no hallaba la causa de su inquietud. En general, seguía las homilías de Cazalla, medidas de entonación, breves y bien construidas, con facilidad y, al concluir, le quedaba una idea, sólo una pero muy clara, en la cabeza. No era, pues, la esencia de sus sermones la causa de su desasosiego. Esta no estaba en lo que decía, sino tal vez en lo que callaba o en lo que sugería en sus frases accesorias más o menos ornamentales. Recordaba su primera homilía sobre la redención de Cristo, sus hábiles juegos de palabras, el subrayado de un Dios muriendo por el hombre, como clave de nuestra salvación. De poco valían nuestras oraciones, nuestros sufragios, nuestros rezos, si olvidábamos lo fundamental: los méritos de la Pasión de Cristo. Lo evocaba, en lo alto del pulpito, los brazos en cruz, tras un silencio teatral, recabando la atención del auditorio.
Libro II, VIII (236-237)
Hereje 11: Puerta del Campo
Don Bernardo:
Don Bernardo estaba cansado. Eran demasiados días embromado en discusiones necias y las discusiones necias le fatigaban especialmente. Por otro lado le sacaban de quicio los interlocutores analfabetos. Y era ya casi de noche cuando abandonó la casa de los renteros con la cabeza cargada y brumosa. El pueblo se adentraba pausadamente en las tinieblas y el señor Salcedo tomó a Lucero de la brida y lo condujo al paso hasta la casa de la viuda de Baruque, donde, como de costumbre, pensaba pernoctar. En la calle no había un alma y la viuda se llegó a la puerta de la calle con un candil. Acomodaron a Lucero en la cuadra y ella le preguntó qué iba a cenar. Don Bernardo prefería no cenar. La comida, a base de cerdo y judías pintas, le había resultado empachosa; le había dejado ahito. Al desprenderse de sus ropas embarazosas y estirarse desnudo en las planchadas sábanas gimió de placer. Habían sido dos semanas cambiando cada día de dieta y alojamiento. Muy de mañana pagó a la viuda y, por el atajo del Vivero, salió al camino de Zamora. En la encrucijada brincó una liebre de la viña y corrió cien metros zigzagueando por delante del caballo. Luego espoleó a éste y, a galope corto, se encaminó a Tordesillas. Su carácter metódico y rutinario no le permitió cambiar de ruta. Por unos segundos pensó en su hijo y en el donaire de Minervina con él en brazos. Sonrió. Rebasada Tordesillas picó a Lucero, atravesó las tierras de Villamarciel y Geria, orilló Simancas, cruzó el río por el puente romano y, a mediodía, entraba en Valladolid por la Puerta del Campo, dejando a mano derecha la Mancebía de la Villa.
Libro I, II (98-99)
La Mancebía:
El apremio lúbrico seguía persiguiéndole sin embargo al salir a la calle al día siguiente, camino de la Judería. Había decidido visitar la Mancebía de la Villa, junto a la Puerta del Campo, donde no acudía desde hacía casi veinte años. Es una buena acción, se dijo para justificarse. La Mancebía de la Villa dependía de la Cofradía de la Concepción y la Consolación y, con sus beneficios, se mantenían pequeños hospitales y se socorría a los pobres y enfermos de la villa. Si una mancebía sirve para esos fines lo que se haga dentro de ella tiene que ser santo, se dijo.
Libro I, III (115)
Encuentro:
Habían salido de la Puerta del Campo y descendían hacia el nuevo barrio de las Tenerías, al fondo del cual estaba el colegio. Olía fuerte a cuero y tinturas y, entre la muralla y el barrio, se veía correr al Pisuerga en ejarbe. Cipriano levantó los ojos y contempló la piel rojiza, lampiña, de su tío Ignacio, su mirada insegura, pero fija en él.
Libro I, V (174)
Crecimiento:
Cipriano Salcedo fue uno de los muchos vallisoletanos que, mediado el siglo XVI, creyeron que la instalación de la Corte en la villa podía tener carácter definitivo. Valladolid no sólo rebosaba de artesanos competentes y nobles de primera fila, sino que las Cortes y la vida política no daban ninguna impresión de provisionalidad. Al contrario, una vez llegado el medio siglo, el progreso de la ciudad se manifestaba en todos los órdenes. Valladolid crecía, su caserío desbordaba los antiguos límites y la población aumentaba a un ritmo regular. «No cabemos ya dentro de la muralla», decían orgullosos los vallisoletanos. Y ellos mismos se replicaban:» Construiremos otra mayor que nos acoja a todos». Un visitante flamenco, Laurent Vidal, decía de ella: «Valladolid es una villa tan grande como Bruselas». Y el ensayista español Pedro de Medina medía la belleza de la Plaza Mayor por los huecos que ofrecía al exterior: «¿Qué decir —escribía— de una plaza con quinientas puertas y seis mil ventanas?». Pero, doblado el medio siglo, la construcción, activa ya desde 1540, se aceleró, se acabaron de urbanizar las Tenerías, frente a la Puerta del Campo, y se levantaron importantes edificios más allá de las puertas de Teresa Gil, San Juan y la Magdalena. Las huertas de Santa Clara perdieron pronto su carácter agrícola y se convirtieron primero en solares y, luego, en casas de pisos con balcones de herraje, formando un barrio que corría paralelo al río Pisuerga.
Libro II, XI (295-296)
Expansión:
Pero lo más espectacular fue la expansión de la villa por las parroquias de extramuros: San Pedro, San Andrés y Santiago. Las cesiones de terreno de los hermanos Pesquera, que facilitaron sesenta y dos nuevos solares, resultaron beneficiosas incluso para los donantes, lo que indujo a otros propietarios a cambiar sus fincas, por una renta anual vitalicia, en lugares concretos como la calle de Zurradores, la linde del camino de Renedo y la del de Laguna, a la izquierda de la Puerta del Campo. En este tiempo, mediada la década, Valladolid se convirtió en un gran taller de construcción sobre el que pasaban los años sin que su febril actividad conociera reposo.
Libro II, XI (296-297)
El auto:
Las palabras y lágrimas del Doctor produjeron en el auditorio dos reacciones distintas: los más sensibles sollozaban con él, mientras que los más duros, de pie en las gradas, encolerizados, le insultaban llamándole leproso, y alumbrado. Cuando la reacción amainó, el obispo de Palencia se encaramó de nuevo en el pulpito desde donde había predicado y dijo que, leídas las ejecutorias, degradados los curas sectarios, daba el auto por concluido, siendo las cuatro de la tarde del día 21 de mayo de 1559. Los reos sentenciados a prisión —añadió— serán conducidos en procesión a las cárceles Real y del Santo Oficio para cumplir sus condenas, en tanto los restantes se desplazarán en borriquillos al quemadero, erigido tras la Puerta del Campo, para ser ejecutados.
Libro III, XVII (482)
Desenlace auto:
Fuera ya de la Puerta del Campo, la concurrencia era aún mayor pero la extensión del campo abierto permitía una circulación más fluida. Entremezclados con el pueblo se veían carruajes lujosos, muías enjaezadas portando matrimonios artesanos y hasta una dama oronda, con sombrero de plumas y rebociños de oro, que arreaba a su borrico para mantenerse a la altura de los reos y poder insultarlos. Mas a medida que éstos iban llegando al Campo crecían la expectación y el alboroto. El gran broche final de la fiesta se aproximaba. Damas y mujeres del pueblo, hombres con niños de pocos años al hombro, cabalgaduras y hasta carruajes tomaban posiciones, se desplazaban de palo a palo, preguntando quién era su titular, entretenían los minutos de espera en las casetas de baratijas, el tiro al pimpampum o la pesca del barbo. Otros se habían estacionado hacía rato ante los postes y defendían sus puestos con uñas y dientes. En cualquier caso el humo de freír churros y buñuelos se difundía por el quemadero mientras los asnos iban llegando. El último número estaba a punto de comenzar: la quema de los herejes, sus contorsiones y visajes entre las llamas, sus alaridos al sentir el fuego sobre la piel, las patéticas expresiones de sus rostros en los que ya se entreveía el rastro del infierno.
Libro III, XVII (489-490)
Como breve reseña de otras ubicaciones que debieran aparecer en una ruta literaria más completa, a modo de ejemplo, recogemos estas:
- Cerro de San Cristóbal a la Cuesta de La Maruquesa Libro I, I (49).
- Calle Mantería: Libro I, IV (143)
- San Gregorio: Libro I, IV (143)
- Puente Mayor: Libro I, III (101); Libro II, XI (296); Libro III, XV (420)
- Atrio de San Juan: Libro I, V (166)
- Calle Imperial: Libro I, V (166); Libro II, XI (296)
- Calles Lechería, Tahona y Sinagoga: Libro II, XI (296)
- Convento de San Pablo: Libro II, XI (296)
- Cabildo: Libro III, XV (419)
- Barrio de San Pedro: Libro III, XVI (421)
- Torre de Santa María de la Antigua: Libro III, XV (419)
- La referencia a Alonso de Berruguete [Libro II, XII (300)] apoya la inclusión de un punto en la ruta literaria.
Más amplia es todavía, la retahíla de referencias topográficas a pueblos de la provincia de Valladolid. En otro momento se buscará ser más exhaustivo, pero sirvan estas como breve muestra:
- Cigales y Fuensaldaña y los extraordinarios blancos de Rueda, Serrada y La Seca. Libro I, I (49).
- Villamarciel, Geria, Tordesillas Libro I, II (98-99).
- Peñaflor: Libro II, VIII (241); Libro II, IX (271)
- Peñaflor, Wamba, Castrodeza, Ciguñuela: Libro II, VIII (251)
Textos (english):
Edición: Editorial Planeta DeAgostini S.A,, 2002.
ISBN: 84-395-9839-4.
Depósito Legal: B. 37.303-2002.
Traduccción: Javier Magdaleno Fuentetaja.
The Heretic route 01: San Pablo street
Before the Court was installed, the night of October 30th, 1517, the car occupying the businessman and employer, Bernardo Salcedo and his beautiful wife, Dona Catalina de Bustamante, stopped at Number 5 San Pablo street. On leaving Mr Ignacio’s house, the blond and hairless judge of the Royal Chancery Bernardo’s brother, where they had spent the evening, Dona Catalina had quietly told her husband she felt pain in the kidneys and, at this time, he abruptly stopped the horses at the gate of his house, he turned to approach the lips to his ear to tell in a whisper that she also noticed his butt wet. Mr Bernardo Salcedo, inexpert in these conflicts, this first- forties, urged the servant Juan Dueñas, holding the car door to hurry off to Dr Almenara’s house, at Carcava street and let him know that Mrs Salcedo was ill and needed his presence.
Book I, I (51)
The Heretic route 02: Mr Ignacio Salcedo, heared of the Royal Audience and Chancery. Graduate Butrón Palace, Santa Brígida Square
Unlike, his brother Ignacio, who used to meet every day at dawn, Bernardo did not show these trusts. On the contrary, he strove to appear before him with decency and respectability that had always been a sign of the Salcedo family. Ignacio was the mirror in which the Castilian town looked. Lawyer, judge of the Chancery, landowner, his titles and properties were not enough to take him away from the needy. Member of the Brotherhood of Mercy, he annually granted five orphans, because he understood that to help the poor to study was simply to instruct our Lord. But not only gave money to others but also their personal effort. Ignacio Salcedo, eight years younger than Mr Bernardo, with reddish and hairless skin, visited hospitals monthly, fed the sick, made their beds, emptied spittoons overnight and took care of them. In addition, Mr Ignacio Salcedo was the greatest patron of the Foundling Hospital Association, which enjoyed prestige in the village and was sustained by donations from the neighborhood. But not happy with this, with their professional work in the Chancery and good works, Mr Ignacio was the most informed neighbour in Valladolid, not about petty municipal and domestic events but about national and foreign events. The news was so abundant that lately Bernardo Salcedo whenever he walked Mantería and Verdugo streets on his way to his brother’s home, was wondering: What has happened today? Are we sitting in the crater of a volcano? Because Mr Ignacio was hard in his speech, never tempered with warm clothes. Hence, Bernardo even not being very fond of politics, of the common problems, he was promptly informed of the unfortunate Spanish reality. The growing concern of the villa, the popular hostility to the flamingos, the lack of understanding with the King, were manifest realities, facts that like snowballs, were rolling, increasing in volume threatening to run over everything in their path. Until one spring afternoon one news burst, though the voice of Mr Ignacio did not alter on reporting the events.
Book I, IV (130-131)
The Heretic route 03: Fabio Nelli's palace. Fabio Nelli's square
— Does your worship know a lovely little book called The benefit of Christ?
Cipriano shook his head. Cazalla added:
— I´ll lend it to you. The book has not been printed in Spain but I keep a manuscript copy. Mr Carlos brought the original from Italy.
Cipriano had the feeling that something was starting to arise inside of him. It was as if he was glancing at a point of light in a closed horizon. This priest seemed to show a new dimension of religion: trust versus fear.
— Who is this Don Carlos of whom you are speaking about?
— Mr Carlos de Seso a Veronese gentleman who was used to Castile, a man with as thin a body as his spirit. Now, he is living in Logroño. At 50 he went to Italy and brought books and ideas. Then he went to Trento with the bishop of Calahorra. Some say that Mr Carlos catches you after a surface treatment and you feel disappointed after a thorough treatment. In short, he is a great talker in short distances. I do not know. Maybe your worship has a chance to know him and judge for yourself.
Cipriano realized he was slipping from the shallow waters to the deep, he was entangled in an important and crucial conversation. But experienced an
ineffable peace. I had a vague idea that he had heard of, Mr Carlos de Seso at his uncle Ignacio’s house. And, although I was happy there, sitting on the wet ground, I was starting to feel cold.
He rose up and went down the lane. Cazalla followed him. They walked in silence for a while, after which Cipriano asked:
— Haven’t Mr Carlos de Seso ever had Lutheran ideas?
Book II, X (289-290)
The Heretic route 04: Palace of the counts of Benavente. Trinity square
Mr Bernardo resigned himself to admit that the tutor was not best person to educate his son, the little parricide. There were other solutions, but as he was a spiteful man, he quickly improvised his own: a school. A tough boarding school. It was time to split up from being spoilt. Mr Bernardo knew that the town had no schools that deserved that name, but his brother Ignacio was greatest patron of the most famous: the Foundling Hospital, run by the Guild of St. Joseph and Our Lady of O, dedicated to the training of abandoned children.
His brother was hurt by the decision:
— This school is not for people of our class, Bernardo.
Mr Bernardo now flirting with the idea of giving a lesson to the aristocracy, opened his eyes:
— I have spoken well of him. It has twenty beds internship and my son can pay your accommodation and five companions more if that's what it takes for them to open the doors.
Mr Ignacio snapped his hands to his head:
— The Foundling Hospital charity Bernardo. And you know the kids abandoned by their parents are not usually recommended people. It is a serious school because the Deputies Guild has committed to it and we have placed a good teacher as a headmaster. The doctrine, in the morning, a bell, guys come from all walks and even in other classes, students accepted for payment. Could not this be the best solution for Cipriano?
Mr Bernardo stubbornly refused:
— My son must get straight. His nanny has spoiled him too. And this is over. I will get him inside and not enjoy even on vacation, but to enter the Hospital we need your help. Are you willing to do it?
Intellectually Ignacio was a hundred yards from his brother but lacked personality to prevail. The next day he visited the Brotherhood who ran the center, and when he spoke of the generous disposition of his brother, he found nothing but good words, as in the meeting of Members the following Thursday, which voted to admit the child. In this way and through a commitment to pay his child support, the scholarships of three classmates and cooperate generously to the charity arch, Cipriano was admitted to the center.
Book I, V (158-159)
The Heretic route 05: Warehouse wool. Santa Catalina convent. Jewry
Accomplished adulthood, Cipriano doctorated in law, came into possession of the warehouse and the Jewish land of Pedrosa and moved to live in the old family home in San Pablo street, closed since the death of Mr Bernardo. A few years later, achieved these goals, forced himself to three very sharp and ambitious ones: to find Minervina, to achieve social prestige and to raise his economic position to be at the level of the great merchants of the country.
Book II, VII (203)
The Heretic route 06: Fuensaldaña Chapel
Seven days before Christmas Mrs Leonor suddenly died . In the morning he had felt a vague tremor of heart and, after eating, fell dead in the chair without anyone noticing. The Doctor found her still warm and the rocker had a slight rocking motion. His death was the culmination of an annus horribilis, as Doctor Cazalla called it. It became necessary to prepare the funeral with the pomp demanded by the Fame of the Doctor and the fact that the deceased had three religious children. The burial took place in the chapel of Fuensaldaña, in the Monastery of San Benito. Ten maidens, almost children, accompanied the casket carrying blue ribbons and the choir of the College of Doctrinos, founded a few years ago in the city, sang the usual litany. Cipriano believed to see in those children, his childhood friends, and responded to appeals to the saints with devotion and respect: ora pro nobis, ora pro nobis, ora pro nobis, said to himself, and the ‘Dies irae’ epistle, he knelt on the stones of the temple and repeated the words softly, with a groaning voice, deeply moved. ‘Solvet saeculum in favilla: teste David cum Sibylla’.
The city flocked to the funeral of Mrs Leonor. The Doctor 's reputation, the fact that three of the children of the deceased participated in the funeral mass, removed the religious sentiment of the people. And, despite its large size, the temple could not give host all the attendees, many of whom were at the door, on the esplanade access, devoutly silent.
Book II, XIV (381)
The Heretic route 07: Doctor Cazalla street
Cipriano blinked repeatedly as dazzled. Inside him there was a kind of supernatural force that seemed to come from the man. He was convinced by his reasons, all three, especially the second: why hadn’t the evangelists alluded to purgatory and had done so to heaven and hell? But Mr Carlos did not have time to think. He talked and talked without restraint. Riveted the spot. To meet his new faith, he recommended Mr Carlos to visit Cazalla, the Doctor, to talk to him. To repeatedly visit conventicles, exchange views with the brothers. Do not leave it. Our strength is not great but it is not despicable. Do not sit on a chair. Move. Open your mind, don’t resist to the grace. You have cliques at your disposal in Valladolid, Toro, Zamora, in many places.
Book II, XI (309-310)
The Heretic route 08: Orates street, now Cánovas del Castillo
He lifted the lid of the right eye and observed her pupil insistently. Then he repeated the process with the other eye. He returned to take her pulse:
— This lady has to be interned —he said— In Orates street there is a so called Innocents’ Hospital. It is not a luxurious hotel but it is not easy to find a better one in town. The methods are primitive. The patient lives tied to the bars of the bed or in shackles so that she does not escape. Of course with some money, paying two people to assist her, you can avoid that humiliation.
Book II, XIII (354-355)
The Heretic route 09: Main Square. Market Square
In mid-April the city was unleashed on a thunderous hammering that began with the first light of day and did not stop until late at night. It was a nailing in various tones, anyway dry and brutal, it came from the Market Square and spread, in varying degrees, through all the neighborhoods in town. That sinister patter seemed to activate the vitality of the prison, accelerating its pace. The routine life of the secret prison was suddenly something busy and active. Males isolated or in groups, passed and returned to the hall, the corridors, before the cells by introducing or removing things, instructing inmates. In any case, an unusual agitation came to match the Dato’s rush to provide news and messages seemed to have unleashed. The first night of thunderous drumming, the jailer pointed out:
— They are raising stands.
— For the Act of Faith?
— Yes, yes sir, in the square, for the Act of Faith.
Book III, XV (456)
The Heretic route 10: Santiago Church
However, Cipriano always aspired to moral improvement. Nostalgically remembered the school. He was in masses and sermons. He was looking for preferably the depth of the issues but also the form. He would have paid a good sum of money for a beautiful exposition of an important religious issue. But curiously, Salcedo tried to evade the convent talks. Their preferences were by secular priests, not monks. This new search decisively was influenced by the head of his tailoring, Fermin Gutierrez, who in words of Dionisio Manrique was an asshole. But the cautious tailor distinguished cautious speakers from the burning ones, modern from traditional. So Salcedo learned of the existence of Dr. Cazalla, a man so wise in words that the Emperor had taken him in his trips in Germany. However, Augustine Cazalla was from Valladolid and his return to the village caused a real commotion. He spoke on Fridays at the completely crowded Church of Santiago, and was a mystic, sensitive, and physically fragile man. With a skinny constitution, tormented, had moments of genuine ecstasy, followed by emotional reactions, somewhat arbitrary. But Cipriano listened astonished, which did not prevent him from returning home invaded by a certain unease. He analyzed his soul but could not find the cause of his concern. Overall, he followed Cazalla’s homilies, intonation measures, short and well-built, in an easy flow and, at the end, he had one idea, just one but very clear in his head. It was, therefore, the essence of his sermons the cause of his distress. This was not what he said, but perhaps they were in his siliences or suggested in their more or less ornamented accessory sentences. He remembered his first homily on Christ's redemption, his skillful wordplay, the emphasis of a God dying for man, as key to our salvation. Our prayers were meaningless, our votes, our prayers, if we forgot the basics: the merits of the Passion of Christ. He evoked that on the pulpit, his arms crossed, after a theatrical silence, engaging the attention of the audience.
Book II, VIII (236-237)
The Heretic route 11: Country gate
Words and tears of the Doctor in the auditorium caused two distinct reactions: The most sensitive wept with him, while the hardest, standing on the stairs, angry, insulted him by calling him leper, and illuminated. When the reaction subsided, the bishop of Palencia climbed back into the pulpit from which he preached, said that once the executions were read, once the sectarian priests were degraded, the Act was closed, being four o’clock in the afternoon of May 21st , 1559. The inmates sentenced to prison, —he added—, will be led in procession to the Royal and Inquisition prisons to accomplish their sentences, while the others moved on donkeys to the burning stalls, erected after the Country gate, to be executed.
Book III, XVII (482)
Vídeos:
Vídeos introductorios
Encontramos varios vídeos que pueden ayudarnos a tener una visión general de la ruta del Hereje. Son de estilos diferentes y de procedencia diversa.
Vídeo introductorio 1: duración 12:08 minutos.
En primer lugar comenzamos con uno de los más largos, emitido por la TV de Castilla y León y elaborado por el Ayuntamiento de Valladolid. Se relata la ruta desde una perspectiva turística.
Vídeo introductorio 2: duración 4:42 minutos.
Con muy buenas imágenes y sin narración se evoca la ruta; es un vídeo sugerente. De un estilo diferente al anterior y recomendable para comenzar una lectura sosegada y pausada.
Vídeo introductorio 3: duración 1:35 minutos.
Si se cuenta con poco tiempo, se puede ver esta breve presentación de la ruta con intervenciones de Germán Delibes, Ramón García y algún breve fragmento del grupo teatral Azar Teatro.
Vídeo introductorio 4: duración 7:47 minutos.
En un vídeo bien realizado se recorren los distintos lugares por donde se desarrolla la ruta turística. Es necesario conocer la ruta para identificar los dichos lugares por donde discurre.
Vídeo introductorio 5: duración 9:55 minutos.
Si ya hemos realizado la ruta alguna vez, puede venir bien volver a recorrerla viendo este vídeo previamente donde el carmelita Teófanes Egido López, cronista oficial de Valladolid y catedrático de historia Moderna de la Universidad de Valladolid, nos explica alguna de las claves del libro y de su época.
Vídeo introductorio 6: duración 13:54 minutos.
Este es el más largo de los vídeos introductorios. No habla directamente sobre la ruta, pero tiene valor por dos razones. Una, por ser una entrevista realizada a Elisa Delibes, hija del escritor, antigua docente de lengua en secundaria en el IES Ramón y Cajal y actual presidenta de la Fundación Miguel Delibes; en esta entrevista nos recuerda claves importantes de la personalidad de su padre. Segunda, por ser una entrevista realizada por un grupo de alumnos del colegio Amor de Dios de Valladolid en el marco de una actividad organizada por la profesora de lengua doña María Henar de la Rosa Sanz. ¡Enhorabuena por ese interés!
Ruta teatralizada
El grupo Azar teatro realiza la ruta teatralizada por las calles de Valladolid. Esa actividad se realiza alrededor de la festividad de San Pedro Regalado, el 13 de mayo. Incluimos aquí una selección visual de esa ruta en tres partes.
Parte 1: 9:53 minutos
Parte 2: 9:06 minutos
Parte 3: 6:02 minutos
Hereje 1. Corredera de San Pablo: 1:42 minutos.
Vídeo de la lectura de un fragmento de la obra. Colegio Amor de Dios.
Hereje 2. D. Ignacio Salcedo, oidor de la Real Audiencia y Chancillería. Palacio del Licenciado Butrón, plaza de Santa Brígida: 34 segundos.
Fragmento de la ruta teatralizada por Azar Teatro.
Hereje 3. Palacio de Fabio Nelli, plaza de Fabio Nelli: 1:25 minutos.
Fragmento de la ruta teatralizada por Azar Teatro.
Hereje 4. Palacio de los Condes de Benavente, plaza de la Trinidad: 1:35 minutos.
Vídeo de la lectura de un fragmento de la obra. Colegio Amor de Dios.
Hereje 5. Almacén de lanas. Convento de Santa Catalina. Judería: 56 segundos.
Vídeo de la lectura de un fragmento de la obra. Colegio Amor de Dios.
Hereje 6. Capilla de los Fuensaldaña: 21 segundos.
Fragmento de la ruta teatralizada por Azar Teatro.
Hereje 7. Calle Doctor Cazalla: 21 segundos.
Vídeo de la lectura de un fragmento de la obra. Colegio Amor de Dios.
Hereje 8. Calle Orates, actual Cánovas del Castillo: 45 segundos.
Fragmento de la ruta teatralizada por Azar Teatro.
Hereje 9. Plaza Mayor, plaza del Mercado: 25 segundos.
Fragmento de la ruta teatralizada por Azar Teatro.
Hereje 10. Iglesia de Santiago: 26 segundos.
Fragmento de la ruta teatralizada por Azar Teatro.
Hereje 11. Puerta del Campo: 5:41 minutos.
Fragmento de la ruta teatralizada por Azar Teatro.
Audios:
Lista de reproducción del audio de la ruta.
Hereje 1. Corredera de San Pablo.
Voz: Marta. Montse.
Música: Physic Blood, Openning (Álbum Demo Tape). 1:11 minutos. Enlace.
Hereje 2. D. Ignacio Salcedo, oidor de la Real Audiencia y Chancillería. Palacio del Licenciado Butrón, plaza de Santa Brígida.
Voz: Marta. Begoña.
Música: Physic Blood, Powstanie (Álbum Demo Tape). 3:15 minutos. Enlace.
Hereje 3. Palacio de Fabio Nelli, plaza de Fabio Nelli.
Voz: Marta. Nuria, Montse y Carlos.
Música: Nébur Maik, Acoustic piano (Álbum The Sound Of The Paradise). 2:28 minutos. Enlace.
Hereje 4. Palacio de los Condes de Benavente, plaza de la Trinidad.
Voz: Marta. Nuria, Montse y Carlos.
Música: AKAJULES, Backlight (Álbum WHEREVER IT TAKES PLACE). 3:27 minutos. Enlace.
Hereje 5. Almacén de lanas. Convento de Santa Catalina. Judería.
Voz: Marta. Montse.
Música: Physic Blood, Spokój (Álbum Demo Tape). 4:00 minutos. Enlace.
Hereje 6. Capilla de los Fuensaldaña.
Voz: Marta.Montse.
Música: Nébur Maik, Spatial sounds (Álbum The Sound Of The Paradise). 4:30 minutos. Enlace.
Hereje 7. Calle Doctor Cazalla.
Voz: Marta. Begoña.
Música: Ka eN, KN-Aussichten-Views (Álbum Neuland). 4:06 minutos. Enlace.
Hereje 8. Calle Orates, actual calle Cánovas del Castillo.
Voz: Marta. Nuria.
Música: Nébur Maik, The land of the dreams (Álbum The Sound Of The Paradise). 4:30 minutos. Enlace.
Hereje 9. Plaza del Mercado, plaza Mayor.
Voz: Marta. Begoña.
Música: Roger Subirama Mata, ZooSuite (Fragments). 5:38 minutos. Enlace.
Hereje 10. Iglesia de Santiago.
Voz: Marta. Montse.
Música: Bruno Sauty, Ballade en bord de mer (Álbum Voyages). 5:55 minutos. Enlace.
Hereje 11. Puerta del Campo.
Voz: Marta. Nuria.
Música: Bruno Sauty, Tranches de vie (Álbum Voyages). 5:14 minutos. Enlace.
Audios (english):
Lista de reproducción del audio en inglés de la ruta.
The Heretic 1. San Pablo street.
Voz: Begoña. Javier.
Música: Celtic Chill, Dove (Álbum Solitude). 1:38 minutos. Enlace.
The Heretic 2. Mr Ignacio Salcedo, heared of the Royal Audience and Chancery. Graduate Butrón Palace. Santa Brígida Square.
Voz: Begoña. Javier.
Música: Unama, Haizea (Álbum Unama). 3:16 minutos. Enlace.
The Heretic 3. Fabio Nelli’s palace. Fabio Nelli’s square.
Voz: Begoña. Javier y Begoña.
Música: Xera, Fau (Acoustic) (Álbum Raíz (EP)). 3:25 minutos. Enlace.
The Heretic 4. Palace of the Counts of Benavente. Trinity Square.
Voz: Begoña. Javier.
Música: Avel Glas, Suite Irlandaise (Álbum Vent Blue). 3:25 minutos. Enlace.
The Heretic 5. Warehouse wool. Santa Catalina convent. Jewry.
Voz: Begoña. Javier.
Música: Lindalou and Michael Ryge, McNevin's Toothache Reprise (Álbum Beginner's Luck). 2:03 minutos. Enlace.
The Heretic 6. Fuensaldaña Chapel.
Voz: Begoña. Javier.
Música: Breogán, Marea Alta (Álbum Marea Alta). 4:13 minutos. Enlace.
The Heretic 7. Doctor Cazalla Street.
Voz: Begoña. Javier.
Música: Wooden Legs, Women of Ireland (Álbum If it doesn't last forever...). 8:39 minutos. Enlace.
The Heretic 8. Orates street, now Cánovas del Castillo.
Voz: Begoña. Javier
Música: Dominick MORDINI, Celtic heart (Álbum Histoires Sans Paroles). 8:38 minutos. Enlace.
The Heretic 9. Main Square. Market Square.
Voz: Begoña. Javier y Begoña.
Música: Aislinn, Old Nora (Álbum ...Entre deux...). 4:33 minutos. Enlace.
The Heretic 10. Santiago Church.
Voz: Begoña. Javier.
Música: Celtic Chill, Ae Fond Kiss (Álbum Reflections). 5:43 minutos. Enlace.
The Heretic 11. Country gate.
Voz: Begoña. Javier.
Música: DUDELDRUM, Marv ma mestrez (Álbum DUDELDRUM). 5:41 minutos. Enlace.
En las introducciones hemos utilizado los textos y la información de estas dos referencias: